Había una vez un amante, un hombre amante. Daba sexo y lo
adornaba con cariño, lo adornaba tan bien que las mujeres a las que amaba
creían eso, que era amor, porque el disfraz coincidía con lo que ellas
necesitaban y querían. Pero después del vertiginoso encuentro, después de la
fusión de almas en la que se convertía el simple acto sexual… ellas caían en
una desesperante adicción y él se sentía vacío. Ese sentimiento le llevaba a
buscar otra mujer con la que copular y que no le pidiera cuentas… quiero pensar
que se dio cuenta de que no iba a encontrar a ninguna mujer así en las mujeres
que buscaba. Sin embargo, ayudó a cientos, a miles de mujeres en su dolor a
darse cuenta de que el hombre que ellas buscaban no existía tampoco.
Y ellas avanzaron, aprendieron a reconocer a ese hombre
dentro de sí mismas, como parte del amor profundo que faltaba en ellas.
Crecieron y además lo hicieron juntas. Y al amante lo encontraron en su fiebre envejeciendo
solo.